jueves, 11 de agosto de 2016

Señores de Vueling: estoy hastiado (pronúnciese hasta los cojones) del Happy de Pharrell Williams

Últimamente, por motivos de trabajo, me toca viajar bastante a Barcelona, normalmente los miércoles. Voy y vuelvo en el día, así que para aprovechar la jornada tomo el primer avión de la mañana, que despega a las 7:00, y vuelvo en el último de la tarde, el que presuntamente debería ser el de las 20:30.

Digo presuntamente porque las probabilidades de que salga a su hora son ninguna. Según mi experiencia el retraso mínimo es de 45 minutos, aunque la media suele estar en torno a una hora, y eso es muy molesto después del madrugón de la mañana y una larga jornada de trabajo. ¿No sería mejor que vendiesen los billetes para las 21:30 y así todos estaríamos contentos?

El retraso crónico es irritante, pero lo más enervante, y es lo que quiero comentar en estas líneas, es otra cosa: una peculiaridad de la ambientación de los aviones que, al menos a mí, me resulta absolutamente inexplicable.

Al inicio del embarque suena la canción “Happy” de Pharrell Williams y otras dos, cuyo título ni conozco ni quiero conocer. Cuando las tres canciones han terminado de sonar vuelven a repetirse, y así en bucle hasta que el avión surca los cielos. ¿Podéis adivinar qué es lo que sucede desde que empieza la maniobra de aterrizaje hasta el final del desembarque? Pues que suena la canción “Happy” de Pharrell Williams y las otras dos, y cuando han terminado de sonar vuelven a repetirse, y así en bucle.

Y esto pasa a la ida, y también a la vuelta, y al día siguiente, y al otro, y al otro...  Tengo la intrigante sospecha de que detrás de esto hay una explicación flipante y de que el asunto lo ha diseñado algún descerebrado gurú de la sociología.

Yo, como conejillo de indias de este cruel experimento, solo puedo decir que escuchar esas tres puñeteras canciones una y otra vez, un día tras otro, alcanza la calificación de tortura psicológica.

Señores de Vueling: les sugiero que cojan a su gurú musical y le den una buena patada en el culo. Los viajeros se lo agradeceremos.

¡Ah!, y si resulta que es una cuestión de ahorrase pago de derechos, prueben con el silencio, que siempre resultará más barato y, a buen seguro, mucho más agradable.


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