Últimamente, por motivos de trabajo, me toca viajar bastante
a Barcelona, normalmente los miércoles. Voy y vuelvo en el día, así que para
aprovechar la jornada tomo el primer avión de la mañana, que despega a las
7:00, y vuelvo en el último de la tarde, el que presuntamente debería ser el de
las 20:30.
Digo presuntamente porque las probabilidades de que salga a
su hora son ninguna. Según mi experiencia el retraso mínimo es de 45 minutos,
aunque la media suele estar en torno a una hora, y eso es muy molesto después
del madrugón de la mañana y una larga jornada de trabajo. ¿No sería mejor que
vendiesen los billetes para las 21:30 y así todos estaríamos contentos?
El retraso crónico es irritante, pero lo más enervante, y es
lo que quiero comentar en estas líneas, es otra cosa: una peculiaridad de la
ambientación de los aviones que, al menos a mí, me resulta absolutamente
inexplicable.
Al inicio del embarque suena la canción “Happy” de Pharrell
Williams y otras dos, cuyo título ni conozco ni quiero conocer. Cuando las tres
canciones han terminado de sonar vuelven a repetirse, y así en bucle hasta que
el avión surca los cielos. ¿Podéis adivinar qué es lo que sucede desde que
empieza la maniobra de aterrizaje hasta el final del desembarque? Pues que suena
la canción “Happy” de Pharrell Williams y las otras dos, y cuando han terminado
de sonar vuelven a repetirse, y así en bucle.
Y esto pasa a la ida, y también a la vuelta, y al día
siguiente, y al otro, y al otro... Tengo
la intrigante sospecha de que detrás de esto hay una explicación flipante y de que
el asunto lo ha diseñado algún descerebrado gurú de la sociología.
Yo, como conejillo de indias de este cruel experimento, solo
puedo decir que escuchar esas tres puñeteras canciones una y otra vez, un día
tras otro, alcanza la calificación de tortura psicológica.
Señores de Vueling: les sugiero que cojan a su gurú musical
y le den una buena patada en el culo. Los viajeros se lo agradeceremos.
¡Ah!, y si resulta que es una cuestión de ahorrase pago de
derechos, prueben con el silencio, que siempre resultará más barato y, a buen
seguro, mucho más agradable.
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