martes, 9 de diciembre de 2014

Los pasos que nos separan, de Marian Izaguirre


Hoy he tenido un día de esos que dicen “de perros”, uno de los peores en bastante tiempo, y vuelvo a casa con la desasosegante sensación de que mañana va a ser todavía peor.

Lo que llevo encima del cuello más que cabeza parece una olla a presión y lo que menos me apetece es seguir enganchado a un ordenador pero, ¡qué diablos!, en ocasiones así hay que desahogarse y qué mejor manera que escribir una pequeña reseña: vamos a poner a parir a alguien.

Tengo tres novelas pendientes de reseñar. Se me han amontonado por falta de tiempo. ¿a cuál de ellas le va a tocar? Pues lo tengo más o menos clarito: a Los pasos que nos separan, de Marian Izaguirre.

Empecemos citando al maestro Javier Krahe, un fragmentillo de su genial canción Villatripas:

“Excepto algún poetastro
que alabó a la de alabastro
y el pelma de Don Simón
que de un vuelo fue al pilón
se oyó gritar a compás:
¡La Jacinta mucho más!”

¿Qué a cuento de qué viene esta cita? Es una historia breve, pero que tampoco es que venga demasiado a cuento. Solo espero que Marian me coja el guiño y, por cierto, me da pie para comentar que yo soy más bien de la cuerda del sabio pueblo de Villatripas y me quedo con la Jacinta. Elijo lo auténtico y bueno, y que el poetastro se quede con su alabastro adornándole las estanterías.

Lo de auténtico y bueno lo digo por la novela de Marian Izaguirre, ¿o acaso alguien pensaba que la iba a poner a parir por lo que he escrito al principio? Pues no, aunque algo tiene que ver la historia de Los pasos que nos separan con el parir.

Hace un tiempo hablábamos en este blog de La vida cuando era nuestra, la anterior obra de la autora. Al igual que aquella, Los pasos es una historia de sentimientos profundos, de personaje que nos hablan desde lo más íntimo.

La novela transcurre fundamentalmente en dos épocas y en dos zonas geográficas distantes. Digo fundamentalmente porque en realidad son tres épocas, aunque la tercera es como, digamos, una especie de cameo. La trama va y viene en el tiempo y en el espacio, con una alternancia de voces narrativas en la que la autora se las arregla mejor que bien para que el lector sepa en cada momento dónde, cuándo y con quién está.

Me han sorprendido los cambios de tiempo verbal. Es algo que me resulta habitualmente irritante porque es un recurso que se suele usar con poco tino y casi siempre embarulla el texto. Sin embargo, en esta novela pensé: ¡jopelines –en realidad pensé otra palabra parecida pero mi madre no me deja decirla–, ya me gustaría a mí saber usar así los tiempos!

Total, que solo de estar recordando los buenos ratos pasados con esta novela ya me siento más relajado y ni me acuerdo de lo que me espera mañana.

No es que me haya quedado una reseña para echar cohetes, pero hoy no me da el coco para más, así que voy acabando. Los pasos que nos separan me parece un taco de hojas lleno de buena literatura, magníficos personajes, sentimientos y cosas que aprender, y hasta de sitios estupendos para visitar si a uno le apetece hacer un poco de turismo. Y, por cierto, el taco de hojas viene con una encuadernación magnífica.

No conozco personalmente a Marian, pero me apetece conocerla. De momento voy teniendo mala suerte con las presentaciones, pero algún día conseguiré estar en alguna. Mientras tanto continuaré leyéndola y, si me sigue gustando, que sospecho que sí, recomendándola.

Sinopsis:

La bora, el viento que azota Trieste en ciertas épocas del año, es un aire apasionado que dura poco pero dobla el cuerpo y muda el ánimo. Salvador y Edita se conocieron en esta ciudad un día de primavera de 1920. Soplaba el viento, y todo cambió. Ella había nacido en Liubliana y él en Barcelona, y los dos rondaban los veinte años, una edad espléndida para permitirse cualquier locura, pero Edita, hermosa y discreta, estaba casada y tenía una hija. Salvador solo tenía su trabajo en el taller de un gran escultor y ganas de ser por fin un hombre y pisar fuerte en la vida.

Luego, en Barcelona, casi a finales de los años setenta...Un hombre ya mayor y viudo que busca ayuda para volver a Trieste y a todos los lugares donde un día creyó ser feliz, y una chica, Marina, que va a ir con él para buscar un futuro. Y entre Salvador y Marina, de repente, casi sin avisar, los recuerdos: un parque a orillas del mar, las sábanas revueltas de un amor a media tarde, un andén, una niña que se aleja, y una espléndida tabla renacentista con una Virgen que mira y duda.

Con esas voces que se cruzan en el tiempo y en el espacio, Marian Izaguirre ha escrito una novela donde la culpa y el perdón juegan el mejor de los partidos y cada paso importa.

La autora:

Marian Izaguirre nació en Bilbao y ahora reside en Madrid, en una casa donde se van acumulando amigos, libros y buena música. Licenciada en ciencias de la información, ha desarrollado tareas en el campo del periodismo y la publicidad, mientras se dedicaba a la escritura.

Hace veinte años vio la luz su primera novela La vida elíptica, que obtuvo el Premio Sésamo. Desde entonces ha publicado cinco novelas más y una colección de cuentos. Sus obras han sido galardonadas con distintos premios, entre los que se cuentan el premio Andalucía y el  Ateneo-ciudad de Valladolid.


Los pasos que nos separan es su novela más reciente.

jueves, 16 de octubre de 2014

Donde nacen los milagros, de Jorge Magano.


Los Jorges están de moda en la literatura. Llegado este punto quedaría muy fino decir que me fascinó El presidente y que me convertí en devoto fan del galardonado escritor mexicano con las primeras páginas de Los intocables. Quedaría muy fino pero no sería honesto. No he leído esos libros, y es que soy más de Magano, el galardonado escritor madrileño.



Soy maganista primerizo. Tropecé con Jorge en feisbuc, y me fijé en él por dos razones: por un lado sus comentarios y contribuciones me resultan muy interesantes y, por otro, el muy ………….(rellene aquí el lector con lo que estime oportuno) sale condenadamente bien en las fotos.

Y como el tipo daba tanto la tabarra con su novela La mirada de piedra me pareció una buena idea leerla. En eso estaba cuando vi que la novela era la tercera entrega de una saga con personaje común. Por lo que dice Jorge las tres novelas se pueden leer independientemente pero, ya puestos, me propuse ponerme a leer en orden, así que empecé por la segunda. No, no me he confundido. Me confundí al empezar a leer, porque no sé en qué estado mental andaba ese día que agarré la que no era, y para cuando me di cuenta, aunque solo llevaba cuatro o cinco páginas, ya me había hecho devoto de san Frutos.

El héroe que protagoniza la saga es Jaime Azcárate, joven e intrépido licenciado en historia del arte y periodista metido a investigador aventurero, una especie de híbrido doméstico de Indiana Jones y Robert Langdon. Lo de doméstico lo digo simplemente por motivos geográficos y sin ninguna intención peyorativa. El propio Magano ha dicho en alguna parte, o al menos eso he leído, que «aunque situada en nuestra España, la novela tiene un claro toque thriller al estilo El código Da Vinci».

Podría decir, y quedaría también la mar de fino, eso de que se trata de otra de tantas novelas surgidas a la sombra de la memorable obra de Dan Brown. De nuevo, tampoco sería honesto. De sombra nada, al menos para mi gusto. De hecho, después de leer la segunda aventura de Azcárate, pienso leer la primera y después la tercera. Nunca llegué a leer la continuación del código.

Me sorprendió el comienzo de la novela, que relata las peripecias de san Frutos allá por el siglo VIII. Por cierto, el autor debería llevar comisión en concepto de promoción turística. La novela me ha descubierto las Hoces del río Duratón, un paisaje singular que aún no conozco pero al que, en cuanto pueda, me escapo (perdón por el paréntesis).

Bueno, que me enrollo y no hablo de la novela. Jaime Azcárate es un gran personaje para una saga, lo cual no parece un mal soporte para una trama que engancha desde la primera letra con una buena mezcla de aventura, intriga, humor y frases ingeniosas hilada con un estilo que se disfruta.

Un pueblo en un precioso rincón de Segovia, un santo, un héroe, una heroína, unas chispitas de amor, una abuela desternillante, unas reliquias…, y un malo malísimo que la lía. En una novela que introduce información geográfica, histórica, artística y arquitectónica no es difícil, sobre todo cuando el autor domina el tema, caer en la tentación de endilgarle al lector una matraca que puede llegar a ser infumable (si alguien tiene güevos que se lea El cementerio de Praga, del hipermegaqueloflipastíaerudito Umberto Eco). No es el caso. Magano nos ilustra no solo sin molestar a la historia, sino aportando con buen tino la dosis precisa para crear sus ambientes y, por qué no decirlo, para culturizarnos un poco.

Por poner un pero, para mi gusto a medida que la historia avanza hacia el final la trama se complica en exceso y abusa un pelín de eventos concurrentes para avanzar hacia el desenlace final que, por otra parte, está muy logrado. Un final muy bonito para una bonita historia.

En resumen, Donde nacen los milagros es una gran novela. Os recomiendo leerla. Yo, por mi parte, me pongo con La Isis dorada y La mirada de Piedra.

P.D.: señor Magano: enhorabuena por sus premios y por sus novelas.

Sinopsis

Año 712 de la Era Cristiana. El eremita Frutos y sus dos hermanos dan cobijo en su cueva a un grupo de cristianos que acuden perseguidos por las huestes sarracenas. Poco antes de que éstas alcancen el rocoso espolón que les sirve de refugio, Frutos traza una línea imaginaria con su bastón, el suelo se derrumba y los musulmanes caen al vacío. O eso cuenta la leyenda...

En la actualidad, Jaime Azcárate, redactor de la revista Arcadia, se entera de que el cuerpo sin vida de un profesor con el que tiempo atrás compartió una loca expedición ha aparecido cerca del lugar donde tuvo lugar el milagro del que ahora es conocido como San Frutos. El análisis forense dictamina que el profesor fue asesinado. ¿Pero por quién y por qué? Tal vez la clave esté en el extraño diagrama geométrico que el difunto llevaba consigo en el momento de su muerte… un diagrama cuyo diseño parece repetirse en muchas de las cuevas de la zona.

La joven Pilar Yagüe descubre uno de estos diseños en una cueva que ha permanecido oculta durante siglos en el sótano de su casa. Acompañada por Jaime, iniciará una búsqueda milenaria en pos de uno de los talismanes más sagrados de la Antigüedad. Un objeto de un poder arrasador que, como es lógico, tiene otros pretendientes.
Todo parece indicar que el final de la búsqueda está en la tumba de San Frutos. Pero el camino estará plagado de peligros atroces, obstáculos mortales y bastantes situaciones que prometen de todo menos aburrimiento.

El autor


Jorge Magano (Madrid, 1976) es licenciado en Historia del Arte y aficionado a la mitología, las religiones y las culturas antiguas. Amante de lo bello y lo polvoriento, ha participado en excavaciones arqueológicas y viajado a numerosos países de los que siempre ha vuelto con una historia que contar. Otras pasiones suyas son el cine, la lectura y la radio, disciplinas que ha combinado ante los micrófonos de emisoras como Radio Utopía, M80 Radio, RNE o Radiocine.

En 1997 se le apareció en sueños Jaime Azcárate, el protagonista de La Isis dorada, que lo abordó con las siguientes palabras: “No me cuentes tu vida; cuenta la mía”. Y en eso anda. Desde entonces ha publicado varias novelas entre las que destacan Museum (ganadora del Speed Dating organizado por Amazon Kindle en Sant Jordi 2013) y La mirada de piedra (ganadora del Primer Concurso para Autores Indies organizado por Amazon Kindle y El Mundo).

Actualmente prepara una nueva novela, el guión de un largometraje y otros cientos de proyectos que irán viendo la luz a lo largo del siglo XXI.

Es también tutor de Escritura Creativa en el taller on line dirigido porCarmen Posadas: yoquieroescribir.com

En televisión destacan sus guiones para la serie Ángel o demonio, emitida por Telecinco.

(Sinopsis y biografía tomados de la página web del autor, http://www.jorgemagano.net) 

lunes, 13 de octubre de 2014

El chico de la chaqueta roja, de Alena Collar


Escribe usted raro, doña Alena, muy raro y, por cierto, no puede decirse de su libro que haga gala de un estilo ágil y de fácil lectura, como se acostumbra tanto últimamente como gancho para animar a los lectores. No. Su libro no se puede leer mientras se tiene la cabeza en otra cosa. Hay que estar a ello. ¿Es eso bueno? ¿Es malo? Pues depende de lo que busque cada cual.




Lo primero que me sorprende al desembalar la novela es su pequeño formato y sus ciento sesenta y siete páginas. Engañosas, porque el envase tiene mucho más contenido del que parece.

Empiezo a leer y me pregunto si es una lectura con la que me voy a llevar bien, más, si es una novela o qué es. “Un juego literario”, dice el texto de la contraportada, “una especie de juego de espejos”. Decido seguir jugando.

Escribí hace unas semanas una reseña sobre un libro de relatos de la autora, Estampaciones, y me refería al titulado Presa como mi favorito. Encuentro un cierto paralelismo entre los dos textos: el juego literario.

Sigo el juego. Continúo leyendo una prosa trepidante que oscila entre lo surrealista y lo hiperrealista. Un caleidoscopio que acompaña al personaje, mostrando al lector, sin solución de continuidad, lo que piensa, lo que ve, lo que recuerda, lo que cree recordar, los comentarios de quien escribe, quienquiera que sea. Una prosa densa que ni tan siquiera nos aligera la lectura mediante el ordenamiento de los diálogos con rayas y saltos de línea, como es lo habitual, sino ¡hala!, todo de corrido.

No pinta que uno vaya a engancharse a esto que estoy describiendo, ¿a que no? Pues de eso nada. Avanzo en el juego pero ya no por la curiosidad de ver adónde me lleva esta rareza literaria sino porque me ha cautivado. No sé si esto va a quedarse en juego o va a ser además una novela. No sé si es la autora la que escribe la vida del personaje, o si es el propio personaje quien escribe lo que vive, o si es en realidad lo que no vive. En alguna ocasión, mientras leo, miro con recelo hacia arriba por si veo descender la pluma gigante de un escritor de otra dimensión que me está escribiendo a mí mientras leo e intento descifrar quién escribe lo que leo. Se juega duro.

Voy acercándome al final y temo que vaya a encontrarme con uno de esos textos vanguardistas que de repente se acaban y ya está, ahí te quedas lectorcillo…, pero resulta que no. Entre juego y juego, la trama ha ido avanzando, tomando cuerpo y cobrando sentido hasta desaguar en un final bueno, pero bueno bueno.

Escribe usted raro, doña Alena, y me parece absolutamente encomiable por lo arriesgadísimo de su apuesta, y envidiable por haber elegido el camino más difícil para enganchar al lector y haberlo conseguido (sinceramente, qué envidia me da).

Termina el juego. Gana el lector. Así da gusto jugar.