Hoy he tenido un día de esos que
dicen “de perros”, uno de los peores en bastante tiempo, y vuelvo a casa con la
desasosegante sensación de que mañana va a ser todavía peor.
Lo que llevo encima del cuello
más que cabeza parece una olla a presión y lo que menos me apetece es seguir
enganchado a un ordenador pero, ¡qué diablos!, en ocasiones así hay que
desahogarse y qué mejor manera que escribir una pequeña reseña: vamos a poner a
parir a alguien.
Tengo tres novelas pendientes de
reseñar. Se me han amontonado por falta de tiempo. ¿a cuál de ellas le va a
tocar? Pues lo tengo más o menos clarito: a Los pasos que nos separan, de
Marian Izaguirre.
Empecemos citando al maestro
Javier Krahe, un fragmentillo de su genial canción Villatripas:
“Excepto algún
poetastro
que alabó a la de
alabastro
y el pelma de Don
Simón
que de un vuelo fue
al pilón
se oyó gritar a
compás:
¡La Jacinta mucho
más!”
¿Qué a cuento de qué viene esta
cita? Es una historia breve, pero que tampoco es que venga demasiado a cuento.
Solo espero que Marian me coja el guiño y, por cierto, me da pie para comentar
que yo soy más bien de la cuerda del sabio pueblo de Villatripas y me quedo con
la Jacinta. Elijo lo auténtico y bueno, y que el poetastro se quede con su
alabastro adornándole las estanterías.
Lo de auténtico y bueno lo digo
por la novela de Marian Izaguirre, ¿o acaso alguien pensaba que la iba a poner
a parir por lo que he escrito al principio? Pues no, aunque algo tiene que ver la
historia de Los pasos que nos separan con el parir.
Hace un tiempo hablábamos en este
blog de La vida cuando era nuestra, la anterior obra de la autora. Al igual que
aquella, Los pasos es una historia de sentimientos profundos, de personaje que nos
hablan desde lo más íntimo.
La novela transcurre
fundamentalmente en dos épocas y en dos zonas geográficas distantes. Digo
fundamentalmente porque en realidad son tres épocas, aunque la tercera es como, digamos, una especie de cameo. La trama va y viene en el
tiempo y en el espacio, con una alternancia de voces narrativas en la que la
autora se las arregla mejor que bien para que el lector sepa en cada momento
dónde, cuándo y con quién está.
Me han sorprendido los cambios de
tiempo verbal. Es algo que me resulta habitualmente irritante
porque es un recurso que se suele usar con poco tino y casi siempre embarulla
el texto. Sin embargo, en esta novela pensé: ¡jopelines –en realidad pensé otra
palabra parecida pero mi madre no me deja decirla–, ya me gustaría a mí saber usar
así los tiempos!
Total, que solo de estar
recordando los buenos ratos pasados con esta novela ya me siento más relajado y
ni me acuerdo de lo que me espera mañana.
No es que me haya quedado una
reseña para echar cohetes, pero hoy no me da el coco para más, así que voy acabando.
Los pasos que nos separan me parece un taco de hojas lleno de buena literatura,
magníficos personajes, sentimientos y cosas que aprender, y hasta de sitios estupendos
para visitar si a uno le apetece hacer un poco de turismo. Y, por cierto, el
taco de hojas viene con una encuadernación magnífica.
No conozco personalmente a
Marian, pero me apetece conocerla. De momento voy teniendo mala suerte con las
presentaciones, pero algún día conseguiré estar en alguna. Mientras tanto
continuaré leyéndola y, si me sigue gustando, que sospecho que sí, recomendándola.
Sinopsis:
La bora, el viento que azota Trieste en ciertas épocas del año, es un
aire apasionado que dura poco pero dobla el cuerpo y muda el ánimo. Salvador y
Edita se conocieron en esta ciudad un día de primavera de 1920. Soplaba el
viento, y todo cambió. Ella había nacido en Liubliana y él en Barcelona, y los
dos rondaban los veinte años, una edad espléndida para permitirse cualquier
locura, pero Edita, hermosa y discreta, estaba casada y tenía una hija.
Salvador solo tenía su trabajo en el taller de un gran escultor y ganas de ser
por fin un hombre y pisar fuerte en la vida.
Luego, en Barcelona, casi a finales de los años setenta...Un hombre ya
mayor y viudo que busca ayuda para volver a Trieste y a todos los lugares donde
un día creyó ser feliz, y una chica, Marina, que va a ir con él para buscar un
futuro. Y entre Salvador y Marina, de repente, casi sin avisar, los recuerdos:
un parque a orillas del mar, las sábanas revueltas de un amor a media tarde, un
andén, una niña que se aleja, y una espléndida tabla renacentista con una
Virgen que mira y duda.
Con esas voces que se cruzan en el tiempo y en el espacio, Marian
Izaguirre ha escrito una novela donde la culpa y el perdón juegan el mejor de los
partidos y cada paso importa.
La
autora:
Marian Izaguirre nació en Bilbao y ahora reside en Madrid, en una casa
donde se van acumulando amigos, libros y buena música. Licenciada en ciencias
de la información, ha desarrollado tareas en el campo del periodismo y la
publicidad, mientras se dedicaba a la escritura.
Hace veinte años vio la luz su primera novela La vida elíptica, que
obtuvo el Premio Sésamo. Desde entonces ha publicado cinco novelas más y una
colección de cuentos. Sus obras han sido galardonadas con distintos premios,
entre los que se cuentan el premio Andalucía y el Ateneo-ciudad de Valladolid.
Los pasos que nos separan es su novela más reciente.
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