sábado, 13 de agosto de 2016

Las aventuras de Magdalena Sánchez Blesa

¿Que quién es Magdalena Sánchez Blesa? ¿No os suena de nada? Es probable que no.

Cuando tienes en tu entorno personas que de vez en cuando te recomiendan películas terminas viendo algunas que de otra manera no se hubieran cruzado en tu vida, a veces para bien, otras…, no tanto.

Ayer me tocó ver una de esas películas: Las aventuras de Moriana.

En la primera escena una mujer está siendo despedida por teléfono mientras espera a ser desahuciada. Al tiempo que ella despotrica con su marcado acento murciano sus hijos no dejan de dar la tabarra y un grupo de militantes antidesahucio se manifiesta bajo su ventana.

La cosa huele a comedieta loca, y a mí casi nunca me gustan las comedietas locas. Empezamos mal. Estoy a tiempo de apagar y entretenerme con cualquier otra cosa.

Pero sigo viéndola. La mujer, Magdalena, se echa la vida a la espalda, se tira a la calle y se embarca en una aventura surrealista en la que ocupa un restaurante abandonado y termina rodando una no menos surrealista película, protagonizada, Ahí es nada, por la gran Terele Pávez, en un intento desesperado de sobrevivir a su angustiosa situación.

No es por desmerecer al resto del elenco, pero a medida que la Magdalena personaje se va comiendo el mundo, la Magdalena actriz se zampa la pantalla entera.

Antes he hablado de surrealismo, pero el surrealismo total llega después de la peli. Intrigado por la estupenda actriz que acabo de descubrir me pongo a ver quién es, qué otras cosas ha hecho…, y resulta que Magdalena Sánchez Blesa, que en la película se interpreta a sí misma (junto con su familia, que también se autointerpreta), no son gente de cine, sino los dueños del restaurante de la peli, que existe de verdad, y han hecho la película para salvarlo de una malísima racha motivada por la crisis… ¡La película y la realidad se mezclan!

Seguramente Las aventuras de Moriana no optará a los Óscar ni a los Goya (en mi opinión Magdalena sería una muy digna candidata a actriz revelación), pero se deja ver muy a gusto, y más a gusto aún cuando uno sabe la grandísima aventura vital que se oculta entre bambalinas.


Enhorabuena, Magdalena y compañía. Os deseo lo mejor.

jueves, 11 de agosto de 2016

Señores de Vueling: estoy hastiado (pronúnciese hasta los cojones) del Happy de Pharrell Williams

Últimamente, por motivos de trabajo, me toca viajar bastante a Barcelona, normalmente los miércoles. Voy y vuelvo en el día, así que para aprovechar la jornada tomo el primer avión de la mañana, que despega a las 7:00, y vuelvo en el último de la tarde, el que presuntamente debería ser el de las 20:30.

Digo presuntamente porque las probabilidades de que salga a su hora son ninguna. Según mi experiencia el retraso mínimo es de 45 minutos, aunque la media suele estar en torno a una hora, y eso es muy molesto después del madrugón de la mañana y una larga jornada de trabajo. ¿No sería mejor que vendiesen los billetes para las 21:30 y así todos estaríamos contentos?

El retraso crónico es irritante, pero lo más enervante, y es lo que quiero comentar en estas líneas, es otra cosa: una peculiaridad de la ambientación de los aviones que, al menos a mí, me resulta absolutamente inexplicable.

Al inicio del embarque suena la canción “Happy” de Pharrell Williams y otras dos, cuyo título ni conozco ni quiero conocer. Cuando las tres canciones han terminado de sonar vuelven a repetirse, y así en bucle hasta que el avión surca los cielos. ¿Podéis adivinar qué es lo que sucede desde que empieza la maniobra de aterrizaje hasta el final del desembarque? Pues que suena la canción “Happy” de Pharrell Williams y las otras dos, y cuando han terminado de sonar vuelven a repetirse, y así en bucle.

Y esto pasa a la ida, y también a la vuelta, y al día siguiente, y al otro, y al otro...  Tengo la intrigante sospecha de que detrás de esto hay una explicación flipante y de que el asunto lo ha diseñado algún descerebrado gurú de la sociología.

Yo, como conejillo de indias de este cruel experimento, solo puedo decir que escuchar esas tres puñeteras canciones una y otra vez, un día tras otro, alcanza la calificación de tortura psicológica.

Señores de Vueling: les sugiero que cojan a su gurú musical y le den una buena patada en el culo. Los viajeros se lo agradeceremos.

¡Ah!, y si resulta que es una cuestión de ahorrase pago de derechos, prueben con el silencio, que siempre resultará más barato y, a buen seguro, mucho más agradable.