jueves, 16 de octubre de 2014

Donde nacen los milagros, de Jorge Magano.


Los Jorges están de moda en la literatura. Llegado este punto quedaría muy fino decir que me fascinó El presidente y que me convertí en devoto fan del galardonado escritor mexicano con las primeras páginas de Los intocables. Quedaría muy fino pero no sería honesto. No he leído esos libros, y es que soy más de Magano, el galardonado escritor madrileño.



Soy maganista primerizo. Tropecé con Jorge en feisbuc, y me fijé en él por dos razones: por un lado sus comentarios y contribuciones me resultan muy interesantes y, por otro, el muy ………….(rellene aquí el lector con lo que estime oportuno) sale condenadamente bien en las fotos.

Y como el tipo daba tanto la tabarra con su novela La mirada de piedra me pareció una buena idea leerla. En eso estaba cuando vi que la novela era la tercera entrega de una saga con personaje común. Por lo que dice Jorge las tres novelas se pueden leer independientemente pero, ya puestos, me propuse ponerme a leer en orden, así que empecé por la segunda. No, no me he confundido. Me confundí al empezar a leer, porque no sé en qué estado mental andaba ese día que agarré la que no era, y para cuando me di cuenta, aunque solo llevaba cuatro o cinco páginas, ya me había hecho devoto de san Frutos.

El héroe que protagoniza la saga es Jaime Azcárate, joven e intrépido licenciado en historia del arte y periodista metido a investigador aventurero, una especie de híbrido doméstico de Indiana Jones y Robert Langdon. Lo de doméstico lo digo simplemente por motivos geográficos y sin ninguna intención peyorativa. El propio Magano ha dicho en alguna parte, o al menos eso he leído, que «aunque situada en nuestra España, la novela tiene un claro toque thriller al estilo El código Da Vinci».

Podría decir, y quedaría también la mar de fino, eso de que se trata de otra de tantas novelas surgidas a la sombra de la memorable obra de Dan Brown. De nuevo, tampoco sería honesto. De sombra nada, al menos para mi gusto. De hecho, después de leer la segunda aventura de Azcárate, pienso leer la primera y después la tercera. Nunca llegué a leer la continuación del código.

Me sorprendió el comienzo de la novela, que relata las peripecias de san Frutos allá por el siglo VIII. Por cierto, el autor debería llevar comisión en concepto de promoción turística. La novela me ha descubierto las Hoces del río Duratón, un paisaje singular que aún no conozco pero al que, en cuanto pueda, me escapo (perdón por el paréntesis).

Bueno, que me enrollo y no hablo de la novela. Jaime Azcárate es un gran personaje para una saga, lo cual no parece un mal soporte para una trama que engancha desde la primera letra con una buena mezcla de aventura, intriga, humor y frases ingeniosas hilada con un estilo que se disfruta.

Un pueblo en un precioso rincón de Segovia, un santo, un héroe, una heroína, unas chispitas de amor, una abuela desternillante, unas reliquias…, y un malo malísimo que la lía. En una novela que introduce información geográfica, histórica, artística y arquitectónica no es difícil, sobre todo cuando el autor domina el tema, caer en la tentación de endilgarle al lector una matraca que puede llegar a ser infumable (si alguien tiene güevos que se lea El cementerio de Praga, del hipermegaqueloflipastíaerudito Umberto Eco). No es el caso. Magano nos ilustra no solo sin molestar a la historia, sino aportando con buen tino la dosis precisa para crear sus ambientes y, por qué no decirlo, para culturizarnos un poco.

Por poner un pero, para mi gusto a medida que la historia avanza hacia el final la trama se complica en exceso y abusa un pelín de eventos concurrentes para avanzar hacia el desenlace final que, por otra parte, está muy logrado. Un final muy bonito para una bonita historia.

En resumen, Donde nacen los milagros es una gran novela. Os recomiendo leerla. Yo, por mi parte, me pongo con La Isis dorada y La mirada de Piedra.

P.D.: señor Magano: enhorabuena por sus premios y por sus novelas.

Sinopsis

Año 712 de la Era Cristiana. El eremita Frutos y sus dos hermanos dan cobijo en su cueva a un grupo de cristianos que acuden perseguidos por las huestes sarracenas. Poco antes de que éstas alcancen el rocoso espolón que les sirve de refugio, Frutos traza una línea imaginaria con su bastón, el suelo se derrumba y los musulmanes caen al vacío. O eso cuenta la leyenda...

En la actualidad, Jaime Azcárate, redactor de la revista Arcadia, se entera de que el cuerpo sin vida de un profesor con el que tiempo atrás compartió una loca expedición ha aparecido cerca del lugar donde tuvo lugar el milagro del que ahora es conocido como San Frutos. El análisis forense dictamina que el profesor fue asesinado. ¿Pero por quién y por qué? Tal vez la clave esté en el extraño diagrama geométrico que el difunto llevaba consigo en el momento de su muerte… un diagrama cuyo diseño parece repetirse en muchas de las cuevas de la zona.

La joven Pilar Yagüe descubre uno de estos diseños en una cueva que ha permanecido oculta durante siglos en el sótano de su casa. Acompañada por Jaime, iniciará una búsqueda milenaria en pos de uno de los talismanes más sagrados de la Antigüedad. Un objeto de un poder arrasador que, como es lógico, tiene otros pretendientes.
Todo parece indicar que el final de la búsqueda está en la tumba de San Frutos. Pero el camino estará plagado de peligros atroces, obstáculos mortales y bastantes situaciones que prometen de todo menos aburrimiento.

El autor


Jorge Magano (Madrid, 1976) es licenciado en Historia del Arte y aficionado a la mitología, las religiones y las culturas antiguas. Amante de lo bello y lo polvoriento, ha participado en excavaciones arqueológicas y viajado a numerosos países de los que siempre ha vuelto con una historia que contar. Otras pasiones suyas son el cine, la lectura y la radio, disciplinas que ha combinado ante los micrófonos de emisoras como Radio Utopía, M80 Radio, RNE o Radiocine.

En 1997 se le apareció en sueños Jaime Azcárate, el protagonista de La Isis dorada, que lo abordó con las siguientes palabras: “No me cuentes tu vida; cuenta la mía”. Y en eso anda. Desde entonces ha publicado varias novelas entre las que destacan Museum (ganadora del Speed Dating organizado por Amazon Kindle en Sant Jordi 2013) y La mirada de piedra (ganadora del Primer Concurso para Autores Indies organizado por Amazon Kindle y El Mundo).

Actualmente prepara una nueva novela, el guión de un largometraje y otros cientos de proyectos que irán viendo la luz a lo largo del siglo XXI.

Es también tutor de Escritura Creativa en el taller on line dirigido porCarmen Posadas: yoquieroescribir.com

En televisión destacan sus guiones para la serie Ángel o demonio, emitida por Telecinco.

(Sinopsis y biografía tomados de la página web del autor, http://www.jorgemagano.net) 

lunes, 13 de octubre de 2014

El chico de la chaqueta roja, de Alena Collar


Escribe usted raro, doña Alena, muy raro y, por cierto, no puede decirse de su libro que haga gala de un estilo ágil y de fácil lectura, como se acostumbra tanto últimamente como gancho para animar a los lectores. No. Su libro no se puede leer mientras se tiene la cabeza en otra cosa. Hay que estar a ello. ¿Es eso bueno? ¿Es malo? Pues depende de lo que busque cada cual.




Lo primero que me sorprende al desembalar la novela es su pequeño formato y sus ciento sesenta y siete páginas. Engañosas, porque el envase tiene mucho más contenido del que parece.

Empiezo a leer y me pregunto si es una lectura con la que me voy a llevar bien, más, si es una novela o qué es. “Un juego literario”, dice el texto de la contraportada, “una especie de juego de espejos”. Decido seguir jugando.

Escribí hace unas semanas una reseña sobre un libro de relatos de la autora, Estampaciones, y me refería al titulado Presa como mi favorito. Encuentro un cierto paralelismo entre los dos textos: el juego literario.

Sigo el juego. Continúo leyendo una prosa trepidante que oscila entre lo surrealista y lo hiperrealista. Un caleidoscopio que acompaña al personaje, mostrando al lector, sin solución de continuidad, lo que piensa, lo que ve, lo que recuerda, lo que cree recordar, los comentarios de quien escribe, quienquiera que sea. Una prosa densa que ni tan siquiera nos aligera la lectura mediante el ordenamiento de los diálogos con rayas y saltos de línea, como es lo habitual, sino ¡hala!, todo de corrido.

No pinta que uno vaya a engancharse a esto que estoy describiendo, ¿a que no? Pues de eso nada. Avanzo en el juego pero ya no por la curiosidad de ver adónde me lleva esta rareza literaria sino porque me ha cautivado. No sé si esto va a quedarse en juego o va a ser además una novela. No sé si es la autora la que escribe la vida del personaje, o si es el propio personaje quien escribe lo que vive, o si es en realidad lo que no vive. En alguna ocasión, mientras leo, miro con recelo hacia arriba por si veo descender la pluma gigante de un escritor de otra dimensión que me está escribiendo a mí mientras leo e intento descifrar quién escribe lo que leo. Se juega duro.

Voy acercándome al final y temo que vaya a encontrarme con uno de esos textos vanguardistas que de repente se acaban y ya está, ahí te quedas lectorcillo…, pero resulta que no. Entre juego y juego, la trama ha ido avanzando, tomando cuerpo y cobrando sentido hasta desaguar en un final bueno, pero bueno bueno.

Escribe usted raro, doña Alena, y me parece absolutamente encomiable por lo arriesgadísimo de su apuesta, y envidiable por haber elegido el camino más difícil para enganchar al lector y haberlo conseguido (sinceramente, qué envidia me da).

Termina el juego. Gana el lector. Así da gusto jugar.

miércoles, 1 de octubre de 2014

¿Debe un escritor escribir correctamente?


Sobre esta pregunta de Perogrullo parece existir un debate abierto en algunas redes sociales. Miles de escritores aficionados publican textos en internet con la esperanza de ser leídos y de recibir los comentarios de sus colegas. Hasta ahí todo bien. El problema viene cuando empiezan a llegar las críticas negativas sobre el estilo o la ortografía. Críticas constructivas, críticas amables, críticas ácidas, críticas despiadadas…, y las correspondientes «contracríticas», defendiendo el derecho del escritor a escribir como sepa o pueda sobre la base de que lo importante es expresar lo que uno lleva dentro y que se le entienda, alegando que no se debe desalentar a los aspirantes a escritor con críticas mordaces.

En estos foros no es extraño leer cosas del tipo «Animaros a leer mi novela más resiente, la cual trata sobre una ermoza mujer enamorada. Haber si os gusta!!!!». Y lo mejor de todo es que resulta cierto que el tipo ha publicado una novela, y que puedes leer el primer capítulo en su blog, y que está escrita en términos parecidos al reclamo del ejemplo.

He leído, en uno de estos sitios, alguna opinión delirante que se permitía encuadrar este tipo de dislates en el apartado de licencia literaria, y compararlos con esos autores consagrados que escriben como les da la gana, o inventan palabras o, como Saramago, se cepillan sin miramientos los signos de puntuación.

Debo confesar que sufrí tanto leyendo Ensayo sobre la ceguera que me prometí a mí mismo no volver a leer novelas de Saramago, pero eso es una cuestión personal –soy un maniático de las comas bien puestas–. Sin embargo eso no me impide reconocer la calidad de un autor extraordinario. También me parecen admirables los autores que dominan la licencia, que trasgreden las normas lingüísticas de una manera docta, controlada, elegante y consciente.

CONSCIENTE. Ese es el matiz. Los buenos escritores no yerran con sus trasgresiones. Los malos sí lo hacen con sus faltas. Nadie es perfecto y todos cometemos errores. Seguramente este texto tendrá unos cuantos, y enseguida saltará alguno a criticarme por ello. Lo acepto deportivamente.

Todos cometemos errores, pero no abusemos. Un escritor tiene que esforzarse por escribir correctamente. El idioma es su herramienta y quienes lo lean lo harán para disfrutar y para aprender. ¡Qué responsabilidad! No todos los que amamos la escritura somos filólogos ni tenemos una formación relacionada con las letras. Algunos no tienen siquiera formación alguna. ¿Debemos por ello renunciar a nuestra afición, o vocación, o como cada cual lo sienta? De ninguna manera, pero nuestro escribir ha de ser siempre un aprender. Tenemos que leer, leer y leer aún más, leer a los que saben para aprender de ellos, y corregir, corregir y corregir, para aprender de nosotros mismos, y no permitirnos nunca escribir sin una buena pila de diccionarios al lado para consultar no solo lo que ignoramos y lo que dudamos, sino también, y más importante, lo que creemos saber.

¿Debe un escritor escribir correctamente? Sí. Sin duda alguna.