Hace algunos años, allá por 2009 (aunque bien puede ser
cualquier otro año, porque mi memoria para las fechas es peor que mala), se
instaló en el centro comercial Megapark de Barakaldo un nuevo establecimiento
hostelero: Marcucci´s Fried Chicken. Ofrecía un delicioso y crujiente pollo “broaster”
recién hecho, así que yo, aficionado y entusiasta investigador de este tipo de
locales, no tardé en estrenarlo.
Lo primero que me llamó la atención fue el dueño, cocinero,
camarero y anfitrión, todo a la vez, y no solo eso, también creador del
invento. Se trataba del mismísimo Jaime Iván Marcucci, un tipo menudo y
nervioso, con el cabello entrecano que le caía sobre el cuello y la frente, sin
ocultar sus ojillos atentos y escrutadores, y un suave y agradable acento no
tan fácil de ubicar en su lugar preciso de allende los mares. Marcucci era–es—un
tipo peculiar. Debo reconocer que mi primera impresión no fue demasiado
positiva. Yo soy de carácter más bien seco y me chocaron un poco las excesivas
atenciones del hombre, ampuloso y educado, tratándote siempre de usted.
Esta primera impresión se diluyó rápidamente al pegarle el
primer mordisco a un contramuslo de pollo. Se me hace la boca agua solo de
recordarlo. El mejor pollo frito que haya probado nunca. Así que volví, volví y
volví a volver, y a fuerza de repetir me fui dando cuenta de que Marcucci no
era ampuloso, sino sumamente encantador. En fin, no sé cuál fue la principal causa
de mi adicción, si el pollo o Marcucci y sus atenciones exquisitas. El tipo
trabajaba de lo lindo, encargándose él solito del local, aunque a veces, cuando
los estudios se lo permitían, le echaba una mano su hija Cecilia, dueña de una
de esas sonrisas capaces de iluminar las oscuridades más tenebrosas.
Por aquella época andaba yo garabateando “Un billete para el
infinito”, y decidí que si alguna vez escribía la segunda parte, la historia
empezaría en Marcucci´s. De hecho, y aunque no creo que nunca continúe con
ello, ya tengo escritas las primeras páginas.
El inicio de 2013 nos trajo un Marcucci preocupado,
taciturno y deprimido. El negocio no iba bien y, según contaba, los tejemanejes
del gerente del centro no ayudaban, sino todo lo contrario. “Un billete” ya
estaba a punto de salir, y yo estaba ilusionado con regalarle un ejemplar
dedicado, pero una semana antes de tener el primer libro entre mis manos,
Marcucci desapareció, dejando tras de sí el negocio, regentado ahora por otra
gente. El pollo sigue estando bueno, pero él ya no está allí. Ya no es lo
mismo. Ya no es Marcucci´s.
Espero que esté, como solía contar, comiendo unas papas en una
calita de alguna de las islas afortunadas. Espero que le vaya lindo.
¿Dónde estás, Jaime Iván Marcucci? Te echamos de menos.