viernes, 18 de septiembre de 2015

Reseña: El león dormido, de Marian Izaguirre



Llegué a El León dormido paseando por Santander del brazo de un señor durante la feria del libro. Aclaro, era el libro el que paseaba bajo el brazo del señor, no yo, y me llamó la atención porque ya había leído un par de novelas de Marian Izaguirre y porque pensé, lleno de envidia sana, lo bonito que sería ver alguna vez por ahí a un desconocido con un libro mío.

Poquito tiempo después de este encuentro salía a la venta una nueva versión revisada y mejorada de la novela, así que me hice con ella e hice con ella lo mejor que se puede hacer con una novela, que es leerla.

Tengo que dar mi opinión sincera: más de lo mismo. Esta vez no hubo sorpresas. Más y más de lo de siempre, una novela estupenda. Marian, Marian, ¿es que no piensas pinchar nunca?

En las novelas que llevo leídas hay ciertos elementos que se repiten en esta: sentimientos, sufrimiento e historias que transcurren paralelas en épocas diferentes. Mucho más que en las otras, en El León Dormido se puede decir que el sufrimiento se impone sobre el sentimiento en una historia tremenda, desgarradora, que uno no puede evitar sentir especialmente cercana. Conmueve.

Se agradece leer una historia ambientada en una época no tan habitual en las novelas como es la guerra del Rif, tan cercana y a la vez tan desconocida, y viajar por aquel Marruecos a través de un texto que combina de forma muy equilibrada la trama con el contexto histórico, documentado y presentado de una manera espléndida.

Cuando uno ve una foto de Marian Izaguirre, al menos a mí me pasa, percibe una sensación de serenidad y elegancia que, sin conocerla, sospecho que es reflejo de su interior y, desde luego, algo que se disfruta en sus escritos.

Conclusión: no me queda más remedio que admitir que voy a caer en la rutina. Voy a seguir leyendo a Marian, aunque siga sin sorprender.

Sinopsis

Pablo Ferrer -un periodista casi acabado a cuya grave desazón profesional se añade una ruptura amorosa, no por esperada menos temida- acepta finalmente un trabajo que lleva algún tiempo evitando: entrevistarse con una anciana que, setenta y cinco años después, pretende aportar una información nunca divulgada sobre el Desast re de Annual. La historia de esa mujer, Lucía Osman, pronto vencerá las reticiencias iniciales del periodista: vendida por su padre a un prostíbulo siendo casi una niña y capturada poco después por los rifeños, su propia historia guarda las claves de un vergonzoso secreto, conocido por los militares y el gobierno español de la época, y hasta entonces nunca divulgado. Ha pasado el tiempo, ha cambiado el mundo, y en el fondo de mi ser sigo siendo esa pequeña mestiza a la que vendieron en un burdel de Melilla por un fajo de billetes sucios. Así comienza su relato la protagonista de esta apasionante novela de Marian Izaguirre, que mereció el IX Premio de Novela Ciudad de Salamanca.

La autora

Marian Izaguirre nació en Bilbao y en la actualidad reside entre Madrid y Barcelona. En 1991 vio la luz su primera novela, La vida elíptica, con la que obtuvo el Premio Sésamo. Desde entonces ha publicado Para toda la vida (1991), El ópalo y la serpiente (1996), el volumen de cuentos Nadie es la patria, ni siquiera el tiempo (1999), La Bolivia (2003) y La parte de los ángeles (2011). Lumen publicó en 2013 La vida cuando era nuestra, una novela que fue traducida a siete idiomas y tuvo una espléndida acogida por parte del público español y de toda Europa, y en 2014 Los pasos que nos separan, su obra más reciente. Ahora se recupera en una nueva versión El león dormido, una novela que Izaguirre publicó en 2005 y mereció el IX Premio de Novela Ciudad de Salamanca.

domingo, 5 de julio de 2015

Hoy toca hablar de Víctor Gete



Hoy toca hablar de Víctor Gete, ya que es uno de los propósitos de fin de año que me impuse en este blog, y qué mejor día que precisamente este en el que cumple veintisiete años.

La primera vez que leí el nombre de Víctor fue hace más o menos tres años. Por aquel entonces estaba yo intentando desenvolverme con mi tardía vocación literaria y, viendo que mi novela avanzaba, me empezó a entrar la curiosidad por el mundo editorial. Me puse a trastear en la web de Ediciones Beta, nuestra editorial, en la que yo ya había publicado un relato breve, a ver qué tipo de gente era la que escribía en ella, para averiguar si tenían algo que ver con un novatillo como yo.

Me llamó poderosamente la atención la biografía de Víctor Gete, un chaval que apenas superaba la veintena y que había publicado un tochazo de cuatrocientas páginas, El primer guerrero del bien, primera entrega de una saga de fantasía. «¡Manda huevos!», pensé yo, «¡qué tío!».

Desde entonces he coincidido en varias ocasiones con Víctor, en alguna presentación, en visitas mutuas en alguna feria o tomando algo por ahí. Víctor es un buen tipo. Es sencillo, amable y, sobre todo, un apasionado de la literatura que ha encontrado en ella una forma de existir y de disfrutar.

Además, Víctor es extremadamente tímido. Corrijo: Víctor es tímido a secas, porque me da la sensación de que su salto a los escaparates de las librerías y a las redes sociales le han ido transformando en una persona mucho más abierta. Porque escribir y compartir lo que uno escribe es una gran medicina, amigos, y lo digo por experiencia propia.

He leído todo lo que ha publicado, sus dos novelas, El primer guerrero del bien y Corazones en la sombra, y el relato que publicó en la antología Mezcla de lejía y crema. No son obras excepcionales, pero me han gustado. Son historias que enganchan, bien construidas y absolutamente meritorias para un chaval tan joven que empieza y al que le queda mucho por crecer y Víctor, que me parece una de esas personas que viven para escribir, crece rápido. Yo he sido testigo de ese crecimiento. Le he seguido en las redes y le he visto evolucionar con mis propios ojos. Espero que siga por este camino y que la literatura le depare las recompensas que merece.

Víctor tiene además la fortuna de contar con el apoyo de sus padres. He tenido la suerte de charlar unas pocas veces con Montserrat, su madre, encantadora e inteligente y, sobre todo, con un enorme sentido común.

Así que, Víctor, enhorabuena por una carrera que no ha hecho más que empezar y que deseo que te depare muchísimas más letras y que yo pueda compartirlas.


Zorionak!

sábado, 4 de julio de 2015

¡Las radiaciones del móvil te pueden matar!



Tal vez sea porque soy curioso y escéptico por naturaleza, tal vez porque tengo una sólida formación científica, o quizás porque dedico mi vida profesional a temas relacionados con los riesgos químicos y la protección de la salud. Sea cual sea la razón, afirmaciones como la que titula este texto me causan una extraña mezcla de acojono y descojono. Paradójico, ¿verdad?

Titulares de este tipo dan risa por las ridiculeces estúpidas que suelen acompañarlos, pero a la vez resultan preocupantes por las hordas de seguidores incondicionales que son arrastrados a comportamientos infundados e irracionales.

Hoy en día es demasiado sencillo acceder a volúmenes ingentes de información sobre cualquier tema, de una manera tan inmediata como difícil de contrastar si uno no se toma la molestia suficiente…, y son muchos más los que no se la toman que los que sí lo hacen.

Igual de sencillo resulta subir información a las redes sociales, lo que ha hecho que proliferen como setas los predicadores apocalípticos de la salud que, aludiendo siempre de manera un tanto oscura a supuestos trabajos científicos y a presuntos conocimientos ancestrales, nos previenen contra los mortalísimos riesgos de las radiaciones electromagnéticas, de la cocacola, de la leche, de comer carne, de las vacunas, de la medicina científica, del azúcar… Estas desinformaciones son asumidas como ciertas por miles de personas que a su vez las comparten y difunden, como consecuencia de lo cual los creyentes terminan contándose por millones.

El otro día, por ejemplo, en un debate feisbuquero se discutía sobre los terribles efectos de hablar por teléfono móvil. Las nocivas radiaciones electromagnéticas pueden hacer estragos en nuestro cerebro y ser causa de mil y un males: demencia, alzheimer, jaquecas crónicas, pérdida de memoria, cáncer, etc. Afortunadamente existe un remedio a este problema, según informaba una tertuliana: la orgonita. ¿La orgonita?, me pregunté yo, ¿qué será eso? Pues resulta que la tal orgonita es un cono de resina que contiene virutas metálicas y cristales de cuarzo, con unas propiedades maravillosas ya que absorbe las radiaciones y otras energías negativas y devuelve energías positivas que nos llenan de salud y paz interior. Mola, ¿no? Por supuesto, orgonitas a la venta a un precio a la altura de sus propiedades.

Otra tertuliana afirmaba que ella y su familia han encontrado la salvación a todos estos problemas en un “nosequebiólogo” que les aplica una terapia de plata coloidal ¡plata coloidal!, con la que una conocida suya incluso se ha curado de un cáncer. Existe otra corriente de sinvergüenzas que en vez de la plata coloidal recetan la ingesta de clorito sódico como remedio mágico de todos los males (a saber, cáncer, gripe, diabetes, artritis, malaria, psoriasis, hepatitis, tumores, parkinson, depresión, inflamaciones, ansiedad, asma y todo tipo de enfermedades infecciosas).

Expreso mi opinión al respecto y va alguien y me dice: “pero Edu, ¿y a ti qué más te da, si encima a ellos les funciona?"

Pues sí, sí me da. Porque resulta que ni a ellos ni a nadie les funciona y, aparte del vaciado de bolsillos, de propina se están tragando sustancias demostradamente tóxicas. Me alegra enormemente si los apóstoles de estos bálsamos de Fierabrás modernos los prueban en sus propias carnes y consiguen una cagalera crónica, pero me apena que jueguen con el dinero y, sobre todo, con la salud y las esperanzas de gente desesperada para la que cualquier clavo ardiendo al que aferrarse es bueno.

Conclusión: pues va a resultar que la homeopatía no es tan mala en el fondo. Te timan vendiéndote a precio de caviar bolitas que no llevan nada y de ahí, precisamente, la parte buena, que no llevan nada y al menos no te van a envenenar.

Yo, por mi parte, no tengo intención de hacerme vegano, ni de dejar de usar el móvil, ni de dejar de beber leche, ni de dejar de llamar imbécil al que se compre una orgonita y sinvergüenza al que se la venda. Voy a seguir viviendo al margen de los riesgos que no existen, porque bastante tengo con gestionar los de verdad. Si no lo hiciera así, la única solución que me quedaría sería matarme para no morir.

domingo, 31 de mayo de 2015

Leer a Betancor..., ¿betancoriza?

Sí, lo sé: el título que acabas de leer suena un tanto raro, pero yo tengo que avisar. Tengo que contar mi caso para que aquellos que decidan arriesgarse sean conscientes de lo que les puede pasar.

Ha sido ponerme a leer a Ramón Betancor y empezar a notar cambios, síntomas, no sé…, cosas raras. De entrada me han salido gafas de pasta y barba (porque el de la foto que acompaña a este texto no es el autor reseñado, no; soy yo). Y no es que me importe demasiado. Las gafas te dan ese aire intelectual que puede resultar tan útil en los ambientes literarios y, la barba, pues bueno, la cuestión es que además de estar de moda no hay mejor opción para disimular un poquito la papada. Pues eso, que yo tan feliz, pero tengo que avisar, sobre todo a las chicas, por lo de la barba sobre todo, que en su caso, si les pasa, podría ser más problemático.

Ensuelizarme no puedo decir que me haya ensuelizado leyendo a Ramón, porque el suelo ya era gran parte de mi vida antes de todo esto. ¿Qué sería de mí sin el suelo? Pero esa es otra historia que ahora mismo no viene al caso.

Otro efecto: me he hecho fan. La cosa va para trilogía y ya tenemos dos. Yo solo he leído la primera novela, Caídos del suelo, y tengo pendiente la segunda, pero por falta de tiempo, no de ganas.

¿Hasta dónde estarías dispuesto a caer y dejar caer para que tus libros sean los más leídos, tus canciones las más escuchadas o tus cuadros los más admirados? El autor nos lanza esta pregunta desde su página web, y es que la novela gira en torno a esa cuestión. La historia va de literatura. El protagonista es un escritor y ese es su dilema.

Ese es su dilema y esa es la excusa que Ramón Betancor utiliza para arrastrarnos a acompañar a su protagonista y paisano, Mario Rojas, en una aventura vital fascinantemente intrigante o, tal vez, intrigantemente fascinante. Leyendo la novela uno no puede evitar plantearse la pregunta e intentar responderla, pero no resulta fácil calibrar los límites de uno mismo, dónde encontraría el equilibrio entre la dulzura de los éxitos alcanzados y el amargor del precio a pagar por ello.

La historia va de literatura, y eso la hace más fascinante e intrigante para los que frecuentamos el mundillo (que además nos preguntamos, al menos yo, no sin su miajita de morbo, si no tendrá la historia algo de autobiográfica, je, je…, es broma). De todas formas, la reflexión se podría aplicar perfectamente a cualquier otro ámbito de la vida en el que alguien pueda perseguir el éxito, y no es un tema precisamente ajeno a los tiempos que vivimos, en los que la carrera hacia el éxito y el poder de algunos parece no conocer cortapisa ni pudor.

Mucha reflexión para una novela, pero eso no le quita un ápice de interés. Caídos del suelo es una novela muy bien escrita, original, que se lee con interés creciente y con el aliciente de acompañar a unos personajes que resultan tremendamente cercanos por bien construidos. Crece y crece el interés hasta que al final…, ¡catapum!, pues eso: el final. Inesperado es poco decir, pero no voy a contarlo. Lo leéis.


Yo, por mi parte, ya estoy deseando continuar con la segunda entrega.

Caídos del Suelo cuenta la historia de Mario Rojas, un escritor al que sus ansias de publicar le llevan a intentar saldar la deuda que un amigo ha contraído con El Clan, una organización secreta que se lucra con el trabajo de artistas a quienes promete poderes mágicos, enseñándoles cómo alimentarse de los sentimientos y las almas de quienes les rodean, para crear así obras increíbles. El amor, el sexo, el dinero, el poder, la amistad, la traición, las dudas y el paso de los años, forman también parte indesligable de esta intriga que nos invita a reflexionar sobre cuál es el precio que muchos artistas están dispuestos a pagar por llegar a lo más alto. La trama comienza en 1982 y finaliza en 2012, fecha en la que el lector asistirá al desenlace, con un giro sorprendente y un final inesperado.

sábado, 31 de enero de 2015

Jorge Magano: La mirada de piedra y la misoginia


Hace unos días, durante un viaje, el Papa Francisco hizo unas declaraciones de esas que hacen correr ríos de tinta. Dijo que “algunos creen que – perdonadme la palabra, ¿eh? – para ser buenos católicos debemos ser como conejos, ¿no? No. Paternidad responsable”. 

Al día siguiente, en la Cadena Ser, el locutor preguntaba a la portavoz de una asociación cristiana progresista si, según ella, el Papa estaba hablando de anticonceptivos. La entrevistada, muy moderna y progresista ella, claro, antepuso a la respuesta requerida una reflexión que consideró prioritaria: el lenguaje machista empleado por el Papa. Lo sorprendente es que la referencia a que el bueno de Francisco debería haber dicho maternidad y paternidad no fue su primera observación, sino que fue directita a lo de ¡conejos! Parece ser, según la cristiana progre, que el Pontífice tendría que haber dicho ¡conejas y conejos!

No tengo ni idea de italiano, pero creo que el plural de coniglio/coniglia es conigli (término utilizado por el Papa en su comentario), que tiene toda la pinta de ser requeteneutro. Pero no es esto lo que importa, sino el hecho de que la entrevistada se dejó tentar por algo que, desgraciadamente, está muy de moda: apartar lo importante y concentrar sus energías censoras en ese asunto tan …………… (nota del autor: adjetivo eliminado para no herir la sensibilidad de las gentes políticamente correctas) del “lenguaje no sexista”. Conclusión: importa un bledo si el Papa habla o no de anticoncepción, mientras diga bien lo de conejas y conejos.

¿Qué tiene esto que ver con la Mirada de piedra, novela de Jorge Magano? Pues nada, pero me apetecía contarlo. Bueno, sí, en realidad viene a cuento de un comentario que Jorge colgó hace un par de días en su muro, referente a dos comentarios que tachaban su novela de misógina. No he leído esos comentarios, pero sí he leído la novela y sus dos predecesoras, Donde nacen los milagros y La Isis dorada, y me han parecido muchas cosas, ninguna de las cuales se parece, ni por lo más remoto, a la misoginia. También sigo con interés sus comentarios en Facebook en los que encuentro una buena dosis de chispa e inteligencia y ni rastro de actitudes ofensivas hacia nadie, siempre, claro está, que ese nadie no se dedique por sistema a buscar y a inventar donde no se encuentra y a empeñarse en sentirse ofendido (perdón, ofendid@) a toda costa como mecanismo único para sentirse algo. ¡Muy triste!

Dicho esto, vamos con La mirada de piedra.

Hace unos meses escribí una reseña sobre Donde nacen los milagros, segunda entrega de la saga de las aventuras de Jaime Azcárate que yo, por un tonto error de cálculo, leí en primer lugar. Luego me leí del tirón las otras dos. Para quien le interese, se pueden leer desordenadas y se disfrutan igual.

En los últimos tiempos proliferan como setas (podríamos también decir que como conejas y conejos) autores que se lanzan, como inicio de sus carreras literarias, a la escritura de trilogías, sagas y demás coleccionables que, demasiado a menudo, acumulan grosores que son inversamente proporcionales a su interés y calidad. 

No es el caso. Ya dije en su momento que Donde nacen los milagros me había gustado mucho y ahora, una vez leídas las tres, mantengo mi opinión. Observo una evolución a mejor en la forma de escribir. A través de las novelas el autor madura hacia un mayor dominio de los recursos y a una dosificación más precisa de los toques de humor, que no por eso pierden un ápice de frescura e ingenio.

No conozco personalmente a Jorge Magano pero apuesto a que Jaime Azcárate, el protagonista de la serie, tiene mucho de él. ¡Qué misóginooooooo, el eterno cliché del héroe masculino que salva a la humanidad y protege a la chica! Es broma. En ninguna de las entregas falta “la chica” y en todas ellas es mucho más heroína que florero. En mi humilde opinión están muy bien tratadas.

Engancha, entretiene, divulga y está muy bien escrita. Algo tendrá La mirada de piedra para haber resultado ganadora indiscutible del primer concurso de autores indie convocado por Amazon y El Mundo.

lunes, 26 de enero de 2015

¡Callos de Bacalao!





Hoy toca hablar de gastronomía, así que por un momento aparcamos la literatura. ¿Por qué? Pues porque ha sucedido algo, cuando menos, peculiar. He comido callos de bacalao. Así, como suena: callos de bacalao.

¿Qué demonios son los callos de bacalao?, os preguntaréis, como yo me he preguntado cuando me han cantado las recomendaciones del día. Pues ahí los tenéis en la foto: una 'cosa' que tiene pinta de callos, color de callos, casi la textura de los callos, y un sabor y una suavidad, ayudada por la gelatinosa pilpilosidad del bacalao que, ay, ya los quisieran los callos de verdad. Una delicatessen en toda regla, vamos.

Y, ¿dónde preparan semejante cosa rara? En el restaurante La Viña de Patxi ubicado en... ¿Bizkaia?, ¿Álava?, Gipuzkoa?..., pues no: en Valladolid.

No sería justo olvidarme del resto del menú, porque ha mantenido el nivel de forma más que digna: pulpo a la plancha, rape akelarre y de postre una crema de Idiazabal con dulce de melón que estaba..., ¡jo!, no me llegan los adjetivos: ¿estratosférica vale?


martes, 9 de diciembre de 2014

Los pasos que nos separan, de Marian Izaguirre


Hoy he tenido un día de esos que dicen “de perros”, uno de los peores en bastante tiempo, y vuelvo a casa con la desasosegante sensación de que mañana va a ser todavía peor.

Lo que llevo encima del cuello más que cabeza parece una olla a presión y lo que menos me apetece es seguir enganchado a un ordenador pero, ¡qué diablos!, en ocasiones así hay que desahogarse y qué mejor manera que escribir una pequeña reseña: vamos a poner a parir a alguien.

Tengo tres novelas pendientes de reseñar. Se me han amontonado por falta de tiempo. ¿a cuál de ellas le va a tocar? Pues lo tengo más o menos clarito: a Los pasos que nos separan, de Marian Izaguirre.

Empecemos citando al maestro Javier Krahe, un fragmentillo de su genial canción Villatripas:

“Excepto algún poetastro
que alabó a la de alabastro
y el pelma de Don Simón
que de un vuelo fue al pilón
se oyó gritar a compás:
¡La Jacinta mucho más!”

¿Qué a cuento de qué viene esta cita? Es una historia breve, pero que tampoco es que venga demasiado a cuento. Solo espero que Marian me coja el guiño y, por cierto, me da pie para comentar que yo soy más bien de la cuerda del sabio pueblo de Villatripas y me quedo con la Jacinta. Elijo lo auténtico y bueno, y que el poetastro se quede con su alabastro adornándole las estanterías.

Lo de auténtico y bueno lo digo por la novela de Marian Izaguirre, ¿o acaso alguien pensaba que la iba a poner a parir por lo que he escrito al principio? Pues no, aunque algo tiene que ver la historia de Los pasos que nos separan con el parir.

Hace un tiempo hablábamos en este blog de La vida cuando era nuestra, la anterior obra de la autora. Al igual que aquella, Los pasos es una historia de sentimientos profundos, de personaje que nos hablan desde lo más íntimo.

La novela transcurre fundamentalmente en dos épocas y en dos zonas geográficas distantes. Digo fundamentalmente porque en realidad son tres épocas, aunque la tercera es como, digamos, una especie de cameo. La trama va y viene en el tiempo y en el espacio, con una alternancia de voces narrativas en la que la autora se las arregla mejor que bien para que el lector sepa en cada momento dónde, cuándo y con quién está.

Me han sorprendido los cambios de tiempo verbal. Es algo que me resulta habitualmente irritante porque es un recurso que se suele usar con poco tino y casi siempre embarulla el texto. Sin embargo, en esta novela pensé: ¡jopelines –en realidad pensé otra palabra parecida pero mi madre no me deja decirla–, ya me gustaría a mí saber usar así los tiempos!

Total, que solo de estar recordando los buenos ratos pasados con esta novela ya me siento más relajado y ni me acuerdo de lo que me espera mañana.

No es que me haya quedado una reseña para echar cohetes, pero hoy no me da el coco para más, así que voy acabando. Los pasos que nos separan me parece un taco de hojas lleno de buena literatura, magníficos personajes, sentimientos y cosas que aprender, y hasta de sitios estupendos para visitar si a uno le apetece hacer un poco de turismo. Y, por cierto, el taco de hojas viene con una encuadernación magnífica.

No conozco personalmente a Marian, pero me apetece conocerla. De momento voy teniendo mala suerte con las presentaciones, pero algún día conseguiré estar en alguna. Mientras tanto continuaré leyéndola y, si me sigue gustando, que sospecho que sí, recomendándola.

Sinopsis:

La bora, el viento que azota Trieste en ciertas épocas del año, es un aire apasionado que dura poco pero dobla el cuerpo y muda el ánimo. Salvador y Edita se conocieron en esta ciudad un día de primavera de 1920. Soplaba el viento, y todo cambió. Ella había nacido en Liubliana y él en Barcelona, y los dos rondaban los veinte años, una edad espléndida para permitirse cualquier locura, pero Edita, hermosa y discreta, estaba casada y tenía una hija. Salvador solo tenía su trabajo en el taller de un gran escultor y ganas de ser por fin un hombre y pisar fuerte en la vida.

Luego, en Barcelona, casi a finales de los años setenta...Un hombre ya mayor y viudo que busca ayuda para volver a Trieste y a todos los lugares donde un día creyó ser feliz, y una chica, Marina, que va a ir con él para buscar un futuro. Y entre Salvador y Marina, de repente, casi sin avisar, los recuerdos: un parque a orillas del mar, las sábanas revueltas de un amor a media tarde, un andén, una niña que se aleja, y una espléndida tabla renacentista con una Virgen que mira y duda.

Con esas voces que se cruzan en el tiempo y en el espacio, Marian Izaguirre ha escrito una novela donde la culpa y el perdón juegan el mejor de los partidos y cada paso importa.

La autora:

Marian Izaguirre nació en Bilbao y ahora reside en Madrid, en una casa donde se van acumulando amigos, libros y buena música. Licenciada en ciencias de la información, ha desarrollado tareas en el campo del periodismo y la publicidad, mientras se dedicaba a la escritura.

Hace veinte años vio la luz su primera novela La vida elíptica, que obtuvo el Premio Sésamo. Desde entonces ha publicado cinco novelas más y una colección de cuentos. Sus obras han sido galardonadas con distintos premios, entre los que se cuentan el premio Andalucía y el  Ateneo-ciudad de Valladolid.


Los pasos que nos separan es su novela más reciente.