Hoy ha
amanecido un magnífico día de primavera en el País Vasco. Me viene a la memoria
otro día soleado de primavera. Fue hace 18 años, en Bruselas, donde vivía por
aquel entonces. ¡Cómo pasa el tiempo!
Sentado
en el césped en una campa del Bois de la Cambre, junto al estanque, charlaba
animadamente con un grupo de españoles, procedentes de diferentes comunidades
autónomas que, como yo, trabajaban o estudiaban en la ULB. Yo era el único
vasco y era un recién llegado.
ETA
había declarado una tregua el año anterior, en septiembre de 1998, y ese
resultó ser el tema de conversación. En la ronda de opiniones, lógicamente,
todos me miraron a mí con especial interés. Se me ocurrió, entre otras
consideraciones, criticar con una cierta dureza la actitud del siniestro
personaje que ocupaba el cargo de ministro del interior quien, día sí día no,
cizañeaba sin descanso en los medios de comunicación como si deseara
fervientemente que la tregua finalizara, como si necesitara al enemigo activo
para justificar su papel de salvapatrias… ¿Acaso lo deseaba?
Mi
improvisado discurso alarmó a mis contertulios, algunos de los cuales no
duraron en endilgarme una etiqueta de radical. Se equivocaban, pero a mí me
daba igual. Tenía otros asuntos más importantes de los que ocuparme y no tenía
prisa; ya me irían conociendo.
Por
utilizar esa palabra tan resobada y cansina tan de moda en los medios de comunicación,
hoy se ha “escenificado” la entrega de armas por parte de ETA, el desarme
definitivo.
Estoy
segurísimo de que no se han declarado todos los zulos. Quedarán por ahí armas
deslocalizadas, otras que no se han declarado para evitar comprometer a gente…,
qué se yo. En definitiva la controversia está servida, como es lógico. Es
lógico que unos quieran olvidar y otros exijan justicia.
Queden
o no armas, no parece probable que el terrorismo independentista vasco pueda
regresar. Aquí ya no caben los tiros ni las bombas. Seguramente seguirán
quedando algunas de esas hordillas de idiotas violentos que insultan, tiran
piedras y hacen pintadas, pero no serán más que eso, rebaños descerebrados de
esos que hay en todas partes encabalgados en la kale borroka, el fútbol, la religión, la “raza”, la nostalgia de
otros tiempos o en cualquier otra milonga.
Hoy es
un gran día porque se ha dado un paso más hacia la paz, aunque los pasos hacia
la paz nunca satisfacen a todos. Casi nunca hay una paz sin vencedores y
vencidos. Casi ninguna paz ha satisfecho casi nunca a todas las partes.
Comprendo
la necesidad de las víctimas de que se haga justicia. Nadie más que ellos
conocen el dolor que esa violencia absurda les ha causado. Comprendo también a
los que abogan por la negociación, porque la paz no tiene precio. Bueno, en
realidad sí lo tiene, tiene que tenerlo, pero no sería yo tan osado como para
intentar tasarlo. No comprendo, sin embargo, a esos “agentes dobles” que, como
nuestro amigo el siniestro, se desviven por mantener estas heridas abiertas
mientras que no cejan en su obsesión por impedir que se oxigenen otras que
prefieren mantener enterradas. ¡Ay, la memoria histórica disléxica!
Hoy ha
amanecido un magnífico día de primavera en el País Vasco. Confío en que el sol
no deje de brillar.