Hace unos días, durante un viaje, el Papa Francisco hizo unas declaraciones de esas que hacen correr ríos de tinta. Dijo que “algunos creen que – perdonadme la palabra, ¿eh? – para ser buenos católicos debemos ser como conejos, ¿no? No. Paternidad responsable”.
Al día siguiente, en la Cadena Ser, el locutor preguntaba a la portavoz de una asociación cristiana progresista si, según ella, el Papa estaba hablando de anticonceptivos. La entrevistada, muy moderna y progresista ella, claro, antepuso a la respuesta requerida una reflexión que consideró prioritaria: el lenguaje machista empleado por el Papa. Lo sorprendente es que la referencia a que el bueno de Francisco debería haber dicho maternidad y paternidad no fue su primera observación, sino que fue directita a lo de ¡conejos! Parece ser, según la cristiana progre, que el Pontífice tendría que haber dicho ¡conejas y conejos!
No tengo ni idea de italiano, pero creo que el plural de coniglio/coniglia es conigli (término utilizado por el Papa en su comentario), que tiene toda la pinta de ser requeteneutro. Pero no es esto lo que importa, sino el hecho de que la entrevistada se dejó tentar por algo que, desgraciadamente, está muy de moda: apartar lo importante y concentrar sus energías censoras en ese asunto tan …………… (nota del autor: adjetivo eliminado para no herir la sensibilidad de las gentes políticamente correctas) del “lenguaje no sexista”. Conclusión: importa un bledo si el Papa habla o no de anticoncepción, mientras diga bien lo de conejas y conejos.
¿Qué tiene esto que ver con la Mirada de piedra, novela de Jorge Magano? Pues nada, pero me apetecía contarlo. Bueno, sí, en realidad viene a cuento de un comentario que Jorge colgó hace un par de días en su muro, referente a dos comentarios que tachaban su novela de misógina. No he leído esos comentarios, pero sí he leído la novela y sus dos predecesoras, Donde nacen los milagros y La Isis dorada, y me han parecido muchas cosas, ninguna de las cuales se parece, ni por lo más remoto, a la misoginia. También sigo con interés sus comentarios en Facebook en los que encuentro una buena dosis de chispa e inteligencia y ni rastro de actitudes ofensivas hacia nadie, siempre, claro está, que ese nadie no se dedique por sistema a buscar y a inventar donde no se encuentra y a empeñarse en sentirse ofendido (perdón, ofendid@) a toda costa como mecanismo único para sentirse algo. ¡Muy triste!
Dicho esto, vamos con La mirada de piedra.
Hace unos meses escribí una reseña sobre Donde nacen los milagros, segunda entrega de la saga de las aventuras de Jaime Azcárate que yo, por un tonto error de cálculo, leí en primer lugar. Luego me leí del tirón las otras dos. Para quien le interese, se pueden leer desordenadas y se disfrutan igual.
En los últimos tiempos proliferan como setas (podríamos también decir que como conejas y conejos) autores que se lanzan, como inicio de sus carreras literarias, a la escritura de trilogías, sagas y demás coleccionables que, demasiado a menudo, acumulan grosores que son inversamente proporcionales a su interés y calidad.
No es el caso. Ya dije en su momento que Donde nacen los milagros me había gustado mucho y ahora, una vez leídas las tres, mantengo mi opinión. Observo una evolución a mejor en la forma de escribir. A través de las novelas el autor madura hacia un mayor dominio de los recursos y a una dosificación más precisa de los toques de humor, que no por eso pierden un ápice de frescura e ingenio.
No conozco personalmente a Jorge Magano pero apuesto a que Jaime Azcárate, el protagonista de la serie, tiene mucho de él. ¡Qué misóginooooooo, el eterno cliché del héroe masculino que salva a la humanidad y protege a la chica! Es broma. En ninguna de las entregas falta “la chica” y en todas ellas es mucho más heroína que florero. En mi humilde opinión están muy bien tratadas.
Engancha, entretiene, divulga y está muy bien escrita. Algo tendrá La mirada de piedra para haber resultado ganadora indiscutible del primer concurso de autores indie convocado por Amazon y El Mundo.